Miedo a la palabra


"Un miedo moderno:

El temor a las palabras.

Pero prosigamos. Entre las formas que hay para que el hombre se mienta a sí mismo ante los hechos aflictivos, se ha puesto hoy de moda el eufemismo; esto es, el poner nombres bellos a las cosas feas.

Yo siempre me opuse a que se hablara de “rebelde sin causa”. El nombre realista es delincuente, criminal, facineroso. Lo de “rebelde sin causa” suena tan bonito que hasta dan ganas de serlo.

Hoy se les llama “hippies” a los que antes, lisa y llanamente se llamaba vagos.

A los tontos se les dice ahora “de lento aprendizaje”. ¡Qué miedo padece hoy la gente! ¡Miedo hasta de las palabras! ¿Será posible que seamos tan enclenques?

No se quiere calificar a alguien de borracho, aunque todos los días llegue cayéndose a su casa, si es que llega. Prefieren insinuarlo nomás con aquellos de que “empina el codo”.

Vé tú a visitar a un enfermo, y si preguntas cómo está, te responden: “Delicado”. Te asomas, y está agonizando. Con eso de los complejos de Freud, ya tenemos para eufemismos. Al envidioso que ya se trae fritos a todos, le atribuimos dizque caritativamente un “complejo de inferioridad”. De la señorita que hace rabiar a su mamá de día y de noche decimos que padece “complejo de Electra”.

A este paso vamos a borrar del diccionario –y de la conciencia- la palabra “pecado”.

¿No sería más saludable volver a los nombres antiguos para que la gente acaso le diera ganas de corregirse?

Un día me dijo una chica:

-Soy cleptómana. Dígame qué debo hacer para enmendarme.

-Mira, pues lo primero será que me lo digas y te lo digas en castellano; porque la verdad es que en griego suena elegantísimo. ¡Eres Ratera!

En cierta ocasión encontré en la calle a un jovencito casi en estado en coma a causa de una sobredosis de drogas. Además, era ladrón. Su tío me explicó: “Es un muchacho desorientado”, A mí me pareció bastante suave ese lenguaje. Por eso no habían hecho nada por ayudarlo.

¿Por qué le cambiamos el nombre a ese sentimiento que experimentamos por alguien, en vez de usar valientemente la palabra exacta de “odio” o “amor”? Entonces podríamos luchar en pro o en contra de ello.

Leí, no recuerdo dónde, una observación muy aguda. Rezaba así o más o menos: “Si en lugar de decir que gozamos de amplio crédito, dijéramos que hemos contraído muchas deudas, nuestra conducta económica cambiaría”. ¡Cuánta razón tuvo quien pensó esto!

Un escritor irónico dijo que el lenguaje se hizo para ocultar la verdad. Desdichadamente así ocurre, cuando el lenguaje debería ser precisamente para la verdad y resulta tan apto para aclarar las ideas confusas, los sentimientos oscuros, las cosas mal definidas. Hablarse uno a sí mismo con sinceridad es poner luz en la conciencia y llegar al precioso conocimiento del propio yo.

Nada hay más bello

Que la verdad.

Basta, pues, de mentirnos; de usar torpes supercherías para eximirnos de nuestras culpas; de embaucarnos disfrazarnos las cosas con sonoras palabras. Si no hemos de ser sinceros con los demás, seamos francos al menos con nosotros mismos. El autoengaño es el peor de todos los engaños y entre dolores incalculables. La historia se debe a las mentiras escondidas. ¿Y qué otra cosa hacen los psicoanalistas sino conducir al enfermo a la confesión de la verdad que pretendía ocultarse?

Hay que llamar al pan pan y al vino vino. Este será el cimiento para construirse una personalidad valiosa. Todo sería vano si no se fincara en la verdad, en el famoso “Conócete a ti mismo”. Ya la franqueza para sí propio es un valor de suyo, ya con ella valemos algo. Empero, es también el primer paso en la senda heroica de uno de los valores más estimables: él de la valentía. ¡Vaya si se necesita corazón bien puesto para la auto confesión de la verdad desnuda! Y el que es valiente ya será capaz de conquistar al mundo y de conquistarse a sí mismo.

Si amáramos la verdad ¡qué fuertes seríamos! En cambio, ¡qué ruinoso y tonto es tomarnos a nosotros mismos el pelo!"


Godoy, E. (1972). Que mis palabras te acompañen. En E. Godoy, Que mis palabtas te acompañen (págs. 28-30). México DF.: Editorial Jus Mexico.

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